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8.3.12

LOS TIEMPOS ESTÁN CAMBIANDO.


BERNARDO ACOSTA


Corría allá por los años 80 cuando en España se vivía una revolución cultural que, arropada por un nuevo gobierno democrático, proclamaba a los cuatro vientos su interés por demostrar al resto del mundo que los ciudadanos de este país necesitaban y apostaban por una sociedad más moderna y culta: “Malos tiempos para la lírica” –una canción de Golpes Bajos– se convertía en un himno generacional. Pero aquel icono musical que emergió en una época de crecimiento económico, de libertad de expresión (tan llena de excesos), poco o nada tenía que ver con la realidad de entonces.

Paradójicamente dicha frase se convierte hoy en el paradigma perfecto a nuestra actual situación, un enunciado que muestra los efectos adversos que conlleva renunciar a la idea de luchar por un mundo más equilibrado y justo. De todos es sabido que la grave crisis económica que estamos sufriendo ha producido drásticos cambios que han afectado de forma radical a los pilares que sujetan nuestro sistema capitalista. De hecho, no hace mucho fuimos testigos de la polémica noticia de los recortes presupuestarios que más tarde se aplicaron al ámbito cultural; y desde entonces se ha abierto un debate que parece no tener fin. Desgraciadamente, en Canarias –una de las provincias más afectadas– los políticos han aprovechado esta desavenencia circunstancial para dejar claro que la cultura no es algo que importe –en teoría– al canario.

Paralelamente, y desde hace algunos años, las galerías de arte en Canarias están pasando por uno de sus peores momentos: se vende muy poco, y muchas se han visto forzadas a cerrar después de haber entrado en una dinámica de sostenibilidad inverosímil. Por otro lado, algunos artistas se han echado las manos a la cabeza en lo que parece ser una misión imposible: subsistir en un mercado en el que, por si fuera poco, ya era difícil salir adelante. Lo cierto es que la raíz del problema radica en que se ha venido promoviendo el arte en función de factores e intereses estratégicamente jerarquizados, que atienden y responden al poder del capital: primero el dinero; después, el reconocimiento de la crítica, seguido del de las instituciones; y finalmente el del público. Sin embargo, también soy de la opinión de que tal responsabilidad recae en todos los que, por desidia o desinterés, hemos terminado alimentando un tipo de “arte–espectáculo” que poco o nada tiene que ver con los temas que realmente nos interesan.

Al artista contemporáneo se le exige reinventarse a sí mismo constantemente; seamos entonces también igual de exigentes con las instituciones que controlan el mercado del arte. No es de extrañar que en un momento en el que vender obra se torna en toda una odisea, dichas entidades no sepan encajar el duro golpe que supone tener que reemplazar su actual estructura por otra que simplemente desconocen. Evidentemente muchas galerías e instituciones tal y como hoy las conocemos se verán obligadas a evolucionar, a adaptarse a los nuevos tiempos, o estarán condenadas a desaparecer.

Un ejemplo de lo que vendría a ser una nueva forma de concebir los espacios culturales podría ser El Generador. Esta pequeña entidad autónoma y de autogestión, es una de las propuestas más interesantes dentro de la capital de Santa Cruz de Tenerife; iniciativa que empieza a despertar el interés de un pequeño sector de la población que acude a su cita semanal regularmente (menos es nada). De hecho, este espacio parece que resulta mucho más atractivo para el ciudadano “culto”, un compendio de diversidades, que el empaquetado de una galería de arte al uso. Sin embargo, esto no deja de ser una muestra más de que ni la crisis, ni el desempleo, ni la falta de ubicación ciudadana detienen el natural flujo de la creatividad y la comunicación humanas. En efecto, ahora, más que nunca, necesitamos de espacios culturales que nos ofrezcan un pedazo de la realidad vigente, que se conviertan en lugares de interacción sin restricciones; en favor de todos los que necesitamos hacer una pausa para reflexionar, observar, escuchar e intercambiar ideas. Y puestos a pedir… ¿por qué no un espacio donde nos ofrezcan todo en uno?

Efectivamente, ahora queremos estar en momentos o lugares que nos lleven en todas direcciones, que nos hagan expandirnos vertiginosamente de la misma manera que Internet lo hace; porque si de algo estamos seguros es de que la “Red” es un fenómeno social imparable, una herramienta que –haciendo un buen uso de ella– nos puede proporcionar múltiples y diferentes opciones de proyección y enriquecimiento personal.

Pese a todo, me atrevo a decir que mi visión premonitoria no es pesimista, al contrario, puede que estos cambios nos lleven a plantearnos nuevas estrategias que, si bien no dependerán de lo que el dinero haga de nuestra obra, sí lo harán el talento del creador y el buen hacer de las entidades encargadas de promocionarlo. Porque ¿a quiénes afecta realmente el recorte? ¿A los artistas? ¿O a los que dentro de los ámbitos institucionales ven peligrar sus puestos de trabajo? ¿Aquellos que crean presupuestos fantasmas para hacer lo mismo que hacen todos, llenar de billetes sus arcas? Me inclino a pensar que pronto estaremos asistiendo a una “democratización del arte” en la que paulatinamente irán desapareciendo modelos de artistas y promotores que de alguna manera siempre han estado ligados a ese “amiguismo politizado” que tanto ha dado que hablar en Canarias; un amiguismo que si bien no ha sido perjudicial para el arte en general, sí ha restringido las entradas y salidas de muchas propuestas más o menos interesantes. Quizás en el mundo de la cultura (en Canarias) parezca no verse un futuro alentador, pero puede que esto último sirva para que de una vez por todas el arte deje de ser una herramienta más del capitalismo y coja por fin las riendas de su propia naturaleza subversiva.

Sí, para bien o para mal, los tiempos están cambiando.

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