18.10.11

LAS COSAS BONITAS NO ESTÁN DE MODA

BERNARDO ACOSTA



Entrar en un museo esperando ver algo que cambie nuestras vidas para siempre es algo con lo que hay que contar cuando se es de la idea de que “un gran talento exige una gran responsabilidad”. Sin embargo, también puede producirse el efecto contrario. Mi primera y única incursión en el mundo de “Saña tenaz”, el nuevo trabajo se Sema Castro, se produjo el pasado 23 de septiembre de 2011 en el espacio cultural Cabrera Pinto, y sin embargo, es perfectamente reprobable que a pesar de lo coherente de su trayectoria, no advirtiera ningún tipo de sobrestímulo que me hiciera apreciar la obra del artista como algo realmente interesante desde un punto de vista que no sea puramente estético. Porque, en efecto, es precisamente eso lo que me trasmite el groso de su trabajo, una sofisticación técnica producto de la obsesiva búsqueda de una belleza natural. Observando meticulosamente su pintura podemos reconocer un característico sello de autor; un logro estilístico que me recuerda a los viejos románticos, aquellos que empero dedicaban su vida a comulgar con su obra. También hay que destacar el hecho de que el autor más que pintar despinte, es decir, arrastre la pintura sobre el soporte, eliminándola por capas, descubriendo el color subyacente. Sin embargo, desde el momento en el que Castro conceptualiza y expone vínculos –algo forzados– entre su trabajo y la Naturphilosophie (corriente de la tradición filosófica del idealismo alemán del siglo XIX ligada al Romanticismo) todo lo que en él es utópico parece hacerse añicos. Debo admitir que este discurso no me resulta del todo convincente, es más, todo logro por enmascarar tal despropósito se reduce a la consecución de unas pinturas deliberadamente preciosistas que, en su esfuerzo por agradar, parecen marchitarse. 

NTPH 4, 2011. óleo sobre madera, 40 x 61 cm.
Somos conscientes de la insensibilización de nuestras retinas debido al constante bombardeo de imágenes a las que nos vemos sometidos diariamente; es por ello que el artista (actual) debe ser claro, directo, crudo, frío, incluso “obstinado” si quiere entablar algún tipo de diálogo con el receptor. Por otro lado, soy de los que opino que en el arte, al igual que en otras disciplinas intelectuales, no basta con querer trasmitir una idea personal, debemos ser exigentes y consecuentes con nuestras propias necesidades e ideales comunes. Es aquí precisamente donde la obra de Castro falla, en su exceso por lo decorativo, moviéndose en un discurso esotérico-barroco, intencionadamente repetitivo pero inevitablemente aburrido (una vez vistas algunas de sus pinturas sobre madera contrachapada tienes la sensación de haberlas visto todas). Puedo entender la necesidad del autor de buscar diferentes formas y procesos creativos acordes con el contenido argumental de su obra, pero también creo que para conceptualizar un discurso tan particular (entiéndase como su debilidad por un simbolismo orgánico desmesurado y su perfil de sujeto idealista espiritual) hay que mostrar en todo caso lo que se es, y no lo que podría o debería ser; en definitiva, hay que reinventarse constantemente, desprenderse del oficio y traicionarse a uno mismo si hace falta.

NTPH 1, 2005. óleo sobre madera, 40 x 30 cm.
No obstante, no todo fueron Paraísos artificiales, había dos obras que llamaron mi atención y, tras indagar sobre las distintas actividades que ejerce el autor, averigüé que pertenecen a su otra faceta como entrenador docente en talleres de creación plástica para niños. Sinceramente, no le encuentro mucho sentido a esa mezcla de conceptos tan bien diferenciados en un mismo espacio expositivo, pero estoy seguro de que probablemente tanto la instalación de interacción lúdica como la pequeña pieza acristalada tienen mucho más que decir que el despliego orgánico festivo que destilan el resto de sus obras pictóricas. Tal vez por eso no pueda pasar por alto que el autor no tenga consciencia de lo esencial de su obra y no sepa en última instancia escoger qué discurso va más acorde con su propio leitmotiv

Tengo la sensación de que muchas veces algunos artistas se olvidan de lo real, de lo concerniente a lo cotidiano, de lo que pasa por delante de sus ojos, enredándose en virtuosismos innecesarios, girando en torno a una obsesión perfeccionista, dejando a un lado lo importante del mensaje. En realidad lo que necesitamos es un lenguaje que a fuerza de parecer austero, sea sofisticado, sin florituras, algo que esté en boca de todo el mundo, en definitiva, un lenguaje universal. Entonces ¿por qué seguimos elogiando logros artísticos que no significan nada en términos de funcionalidad? ¿Por qué algunos artistas “consagrados” parecen flotar en una burbuja donde lo único importante es obtener algún tipo de reconocimiento estilístico? Creo que para algunos artistas es más relevante sacar partido a un conjunto de habilidades que profundizar en el concepto de su obra; empleando más tiempo y esfuerzo en la formalización de la misma –que aclaro, también es importante– pero no suficiente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario