ADA RAMOS MARTÍN
En el pasado, el arte se encontraba en espacios públicos sacralizados como las iglesias o los museos. Las obras de arte maravillaban por su excelentísima técnica, su belleza sobrecogedora o por una temática admirable. Desde las vanguardias, los artistas no paran de suscitar debates y polémicas en torno a lo que podemos considerar algo digno de llamar arte o de lo que se puede llegar a considerar una burla o algo feo.
Desde Duchamp con su urinario en 1917, hasta Orlan, que somete a su propio rostro al bisturí frente a las cámaras, pasando por Piero Manzoni con su mierda en lata; Óscar Bony, que expuso una familia obrera; ó Hermann Nitsch, que basa su obra en rituales colectivos donde manipula, maltrata y sacrifica animales. Son ejemplos de obras artísticas que llenan salas, causan debates y que, aunque en su momento no tuviesen mucho valor, se adquieren actualmente por millones.
La instalación “Un perro enfermo, callejero” de Habacuc, causó un gran alboroto mundial. La pieza incluía un perro recogido de la calle atado a la pared con una cuerda. Nunca se aclaró si Habacuc alimentaba al perro o si éste murió, pero en cualquier foro o red social se pueden ver ataques contra el artista: insultos, amenazas contra su vida o acusaciones, en las que se duda de los criterios del arte al acoger su obra.
Este jaleo plantea algunas incertidumbres en el ámbito de lo artístico. ¿Actualmente está todo amparado mientras se haga como una actividad artística? Jordi Benito expuso en el Reina Sofía un video en el que se mataba a una vaca a martillazos durante 53 minutos. Dicho video fue respaldado por el Consejo de Críticos Audiovisuales en defensa de la libertad creativa. ¿Es creativo matar a una vaca o dejar morir a un perro de hambre? No está demostrado que esto último pasara, pero en cualquier caso, Habacuc eligió esa acción considerando que aportaba algo; intentando generar en el espectador diferentes reacciones que dieran cuenta de la indiferencia del ser humano hacia el sufrimiento ajeno. Esta claro que generó reacciones –y aún lo sigue haciendo cuando este debate sale en cualquier lugar a la luz–, pero la gente no se preocupaba por la suerte del perro, sino porque esto estaba sucediendo en un espacio culturalmente legitimado, como es una galería de arte. Un perro –uno de los animales más entrañables para el ser humano– atado, enfermo, sin comida ni agua, creando en el espectador un sentimiento protector. Es ahí cuando hay un conflicto con las reglas sociales de lo que se debe hacer como espectador en una sala de arte y lo que deberíamos hacer como personas.
Destruir la instalación de un artista y gritarle ¡maltratador!, no es exactamente lo que suele pasar en las galerías. Sin embargo, el animal no fue liberado, al igual que un montón de perros callejeros no son rescatados de la calle y alimentados. La implicación personal en el cambio de lo establecido, no es mucha cuando uno no se ve recompensado por ello.
Si el objetivo de Habacuc era transcender en las conciencias de las personas, claramente lo consiguió, dado que millones de personas conocieron su obra. Y en el caso de que el perro no fuese alimentado y muriera, el objeto de crítica y odio no debería de ser el artista, sino todas las personas que asistieron a la exposición y no lo liberaron o lo dieron de comer.
Pero parece que este episodio de oposición masiva contra el malo de Habacuc, no ha servido de mucho. Han pasado cuatro años y seguimos igual. En Pekín una niña de dos años es atropellada por un conductor, más de una docena de personas ni se percataron que la pequeña se encontraba herida y otros decidieron ignorarla. La única persona que se dignó a hacer algo la apartó para que no volviese a ser atropellada como si de un saco de tierra se tratase. En esta ocasión no hay artista al que insultar, ni nos encontramos en el territorio del arte. Sólo se puede observar lo que Habacuc intentaba mostrar a sus espectadores: la indiferencia humana ante la visión del sufrimiento ajeno.
Decía el crítico norteamericano Harold Rosenberg, que acuñó el término “objeto de ansiedad” para el arte, que el objeto artístico “es algo que provoca más interrogantes que certezas, y pone al espectador ante la obligación de decidir por sí mismo, sin criterios fiables, si lo que tiene delante, puede ser considerado arte”. No sé si Habacuc hace o no arte, pero sin duda su instalación creó ansiedad, obligándonos a posicionarnos frente a dos caminos. Por un lado, lo que lleva consigo la instalación es un planteamiento que no sólo habla del perro sino del hipócrita y egoísta mundo actual. Por otro lado, no se puede olvidar que el perro estuvo ahí. Puede que le diese de comer y puede que no, puede que se escapase o que esté muerto... esto crea una tensión interna. ¿Apoyar la carga reflexiva de la obra, desaprobando los métodos? Al final, sólo cabe asumir que sin los métodos, la carga reflexiva no hubiese llegado a ningún lugar.
Las formas del arte contemporáneo van cambiando, pero hay una constante que a pesar de todo se mantiene: el arte es polémico. Las galerías se llenan cuando atas a un perro a la pared. La controversia mueve muchedumbres y, con ellas, su dinero. El lugar del arte sigue siendo el espacio sacralizado del museo, un coto cerrado dónde cuanto más alboroto crees, más caché y difusión tendrás. Siendo todo al final una mierda (en lata).
En el pasado, el arte se encontraba en espacios públicos sacralizados como las iglesias o los museos. Las obras de arte maravillaban por su excelentísima técnica, su belleza sobrecogedora o por una temática admirable. Desde las vanguardias, los artistas no paran de suscitar debates y polémicas en torno a lo que podemos considerar algo digno de llamar arte o de lo que se puede llegar a considerar una burla o algo feo.
Desde Duchamp con su urinario en 1917, hasta Orlan, que somete a su propio rostro al bisturí frente a las cámaras, pasando por Piero Manzoni con su mierda en lata; Óscar Bony, que expuso una familia obrera; ó Hermann Nitsch, que basa su obra en rituales colectivos donde manipula, maltrata y sacrifica animales. Son ejemplos de obras artísticas que llenan salas, causan debates y que, aunque en su momento no tuviesen mucho valor, se adquieren actualmente por millones.
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Oscar Bony, Familia Obrera, 1968 |
La instalación “Un perro enfermo, callejero” de Habacuc, causó un gran alboroto mundial. La pieza incluía un perro recogido de la calle atado a la pared con una cuerda. Nunca se aclaró si Habacuc alimentaba al perro o si éste murió, pero en cualquier foro o red social se pueden ver ataques contra el artista: insultos, amenazas contra su vida o acusaciones, en las que se duda de los criterios del arte al acoger su obra.
Este jaleo plantea algunas incertidumbres en el ámbito de lo artístico. ¿Actualmente está todo amparado mientras se haga como una actividad artística? Jordi Benito expuso en el Reina Sofía un video en el que se mataba a una vaca a martillazos durante 53 minutos. Dicho video fue respaldado por el Consejo de Críticos Audiovisuales en defensa de la libertad creativa. ¿Es creativo matar a una vaca o dejar morir a un perro de hambre? No está demostrado que esto último pasara, pero en cualquier caso, Habacuc eligió esa acción considerando que aportaba algo; intentando generar en el espectador diferentes reacciones que dieran cuenta de la indiferencia del ser humano hacia el sufrimiento ajeno. Esta claro que generó reacciones –y aún lo sigue haciendo cuando este debate sale en cualquier lugar a la luz–, pero la gente no se preocupaba por la suerte del perro, sino porque esto estaba sucediendo en un espacio culturalmente legitimado, como es una galería de arte. Un perro –uno de los animales más entrañables para el ser humano– atado, enfermo, sin comida ni agua, creando en el espectador un sentimiento protector. Es ahí cuando hay un conflicto con las reglas sociales de lo que se debe hacer como espectador en una sala de arte y lo que deberíamos hacer como personas.
Destruir la instalación de un artista y gritarle ¡maltratador!, no es exactamente lo que suele pasar en las galerías. Sin embargo, el animal no fue liberado, al igual que un montón de perros callejeros no son rescatados de la calle y alimentados. La implicación personal en el cambio de lo establecido, no es mucha cuando uno no se ve recompensado por ello.
Si el objetivo de Habacuc era transcender en las conciencias de las personas, claramente lo consiguió, dado que millones de personas conocieron su obra. Y en el caso de que el perro no fuese alimentado y muriera, el objeto de crítica y odio no debería de ser el artista, sino todas las personas que asistieron a la exposición y no lo liberaron o lo dieron de comer.
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Autor desconocido |
Pero parece que este episodio de oposición masiva contra el malo de Habacuc, no ha servido de mucho. Han pasado cuatro años y seguimos igual. En Pekín una niña de dos años es atropellada por un conductor, más de una docena de personas ni se percataron que la pequeña se encontraba herida y otros decidieron ignorarla. La única persona que se dignó a hacer algo la apartó para que no volviese a ser atropellada como si de un saco de tierra se tratase. En esta ocasión no hay artista al que insultar, ni nos encontramos en el territorio del arte. Sólo se puede observar lo que Habacuc intentaba mostrar a sus espectadores: la indiferencia humana ante la visión del sufrimiento ajeno.
Decía el crítico norteamericano Harold Rosenberg, que acuñó el término “objeto de ansiedad” para el arte, que el objeto artístico “es algo que provoca más interrogantes que certezas, y pone al espectador ante la obligación de decidir por sí mismo, sin criterios fiables, si lo que tiene delante, puede ser considerado arte”. No sé si Habacuc hace o no arte, pero sin duda su instalación creó ansiedad, obligándonos a posicionarnos frente a dos caminos. Por un lado, lo que lleva consigo la instalación es un planteamiento que no sólo habla del perro sino del hipócrita y egoísta mundo actual. Por otro lado, no se puede olvidar que el perro estuvo ahí. Puede que le diese de comer y puede que no, puede que se escapase o que esté muerto... esto crea una tensión interna. ¿Apoyar la carga reflexiva de la obra, desaprobando los métodos? Al final, sólo cabe asumir que sin los métodos, la carga reflexiva no hubiese llegado a ningún lugar.
Las formas del arte contemporáneo van cambiando, pero hay una constante que a pesar de todo se mantiene: el arte es polémico. Las galerías se llenan cuando atas a un perro a la pared. La controversia mueve muchedumbres y, con ellas, su dinero. El lugar del arte sigue siendo el espacio sacralizado del museo, un coto cerrado dónde cuanto más alboroto crees, más caché y difusión tendrás. Siendo todo al final una mierda (en lata).
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