El 16 de agosto del 2007, la Galería Códice de Managua presentó en su sala la Exposición Nº1, del artista costarricense Guillermo Vargas, conocido artísticamente como Habacuc.
En la muestra se incluía una instalación titulada “Un perro enfermo, callejero”. El autor había pagado a unos niños para capturar a un perro desnutrido de la calle, lo amarró con una soga corta en una esquina de la sala y lo expuso al público con la intención declarada de dejarlo morir de inanición. En una cercana pared la frase “Eres lo que lees”, aparecía escrita con comida para perro. En otra esquina se quemaban piedras de crack y marihuana, y se escuchaba un fondo musical con el himno sandinista reproducido al revés.
Habacuc nombró al perro “Natividad”, en referencia a Natividad Canda, un mendigo nicaragüense de 24 años que había muerto destrozado por dos perros Rottweiler en un taller de Cartago, Costa Rica, la madrugada del 10 de noviembre del 2005, ante la pasividad de los policías que asistieron al incidente (no dispararon a los animales “para no herir al atacado”).
Las imágenes de la instalación, con el perro famélico atado en una sala de arte generaron una enorme polémica en Internet, y fueron ampliamente comentadas en foros y blogs. Circularon miles de emails denunciando la acción y pidiendo firmas con el objeto de impedir que la obra se repitiera en la Bienal Centroamericana de Honduras de 2008, para la que el artista había sido seleccionado. En la inauguración de la Bienal, se habían recogido ya más de 100.000 firmas, y aunque el artista finalmente participó, representando a su país, no lo hizo con la polémica obra.
No se sabe con seguridad qué pasó con el perro. Hay quien afirma que murió de inanición, mientras que el propio artista rehúsa revelar el destino final del animal. Por su parte, la Galería Códice emitió un comunicado, dos meses después de la inauguración de la muestra, firmado por su directora, Juanita Bermúdez, donde expone:
“El perro permaneció en el local tres días, a partir de las 5 de la tarde del miércoles 15 de agosto. Estuvo suelto todo el tiempo en el patio interior, excepto las 3 horas que duró la muestra. Fue alimentado regularmente con comida de perro que el mismo Habucuc trajo. Sorpresivamente, al amanecer del viernes 17, el perro se escapó pasando por las verjas de hierro de la entrada principal del inmueble, mientras el vigilante nocturno, quien acababa de alimentarlo, limpiaba la acera exterior del mismo […]. Celebro el que tantas personas en el nivel internacional se hayan mostrado molestas por las declaraciones brindadas por Habacuc, en las que sostenía que su intención era dejar morir al perro de inanición, lo que es de su absoluta responsabilidad. Al cumplir con informar la verdad de los hechos, espero que todas esas mismas personas hayan elevado también su voz de repudio cuando Natividad Canda fue devorado por los Rottweiler”.
Por otro lado, en declaraciones al diario costarricense «La Nación», el artista apuntó “Me reservo decir si es cierto o no que el perro murió. Lo importante para mí era la hipocresía de la gente: un animal así se convierte en foco de atención cuando lo pongo en un lugar blanco donde la gente va a ver arte, pero no cuando está en la calle muerto de hambre. Igual pasó con Natividad Canda, la gente no se sensibilizó con él hasta que se lo comieron los perros”; y agregó sobre su instalación “Nadie llegó a liberar al perro ni le dio comida o llamó a la policía. Nadie hizo nada”.
Nuestro objetivo al volver sobre este asunto cuatro años después no es alimentar un debate sobre el maltrato a los animales (reproducimos un breve artículo de Rosa Montero que cierra ese enfoque), sino reflexionar, a través de un ejemplo interesante (por mediático), sobre la colisión entre la esfera de lo artístico y lo moral (entre lo «bonito» y lo «bueno»), explorar las fronteras y los conflictos entre la calidad estética y la cualidad ética. Todo ello, naturalmente, en el contexto de una repercusión de alcance mundial, tan amplia que permitía al propio artista poner en relación la muerte con la trascendencia: el perro, decía, “está más vivo que nunca, porque sigue dando que hablar”.
5 comentarios:
Estimados compañeros:
Antes de comentar algo sobre esta polémica me gustaría contribuir a aclarar algunos puntos desde mi punto de vista. Desde luego, mi intención es que mi propio punto de vista sea bien criticado.
Nuestro mundo es altamente complejo. Con el aumento de la población y de los saberes realmente existentes el nivel de sofisticación de nuestro conocimiento es mayor y se compone de un número creciente de técnicas y conceptos. ¿Fue primero la técnica o el concepto? Es probable que la técnica, como veremos con un ejemplo. Pensemos en el origen de la geometría. ¿Cómo surgió como ciencia? Los egipcios conocían una serie de recetas prácticas para hacer círculos y otras formas geométricas con una serie de instrumentos como compases y demás. Con esos instrumentos u operadores podían hacer medidas matemáticas útiles para la práctica agrícola. Pero no había conceptos claros y distintos de "círculo", "línea" o "diámetro" como los hubo en la geometría griega, más teórica y abstracta que, de hecho, fue codificada en los Elementos de Euclides como una ciencia cerrada y completa. Así, la técnica fue anterior a la ciencia y los conceptos científicos. Tiene sentido.
Pero también las ciencias y los distintos saberes, en su fricción, segregan algo diferente de los conceptos concretos. Son las ideas. Las ideas con generales y desbordan los ámbitos particulares de las ciencias positivas. Por ejemplo, ideas como "Hombre", "Realidad", "Causa", "Mundo" o "Arte". Requieren, pues, un tratamiento poliédrico, filosófico.
La filosofía se ocuparía del análisis de las ideas. Las ideas se conectan entre sí de una determinada manera. Ni todas están conectadas con todas (sería un monismo absoluto), ni nada está conectado con nada (sería un atomismo absoluto). En el primer caso, para conocer algo tendríamos que conocer antes el todo, y en el segundo seríamos incapaces de conocer nada, porque no podríamos establecer relaciones.
Entonces y aclarado esto por mi parte, me gustaría tratar las ideas de moral y ética y su posible relación con esa nebulosa que llamamos arte.
Se suele decir que la ética es la teoría que estudia los hechos morales. Suele ser la definición de diccionario filósofo, pero vayamos más allá. Creo que la distinción apropiada entre ética y moral tiene que ver con su origen etimológico: ética estaría conectada con el individuo y moral con un grupo. Además, generalmente la ética y la moral se determinan por su objeto (como decía antes, la indagación filosófica y normativa en torno a los hechos morales). Pero quizá convenga darle un giro hacia el sujeto. El sujeto de la ética es el hombre, el hombre de carne y hueso y con una perspectiva antrópica (dada desde el propio hombre y su escala) del mundo. No ponemos analizar el mundo desde fuera de nuestra propia humanidad. Otra cuestión importante, como nos recordaba Spinoza, es que somos corpóreos. El hecho de que tengamos un cuerpo es tan importante que seguramente en él reside nuestra racionalidad operatoria. Razonamos porque podemos hacer operaciones: juntar, separar, comparar. Tenemos manos y sistemas anatómicos que lo permiten. Por eso es lógico suponer que el cuerpo tiene alguna conexión con la ética y la moral.
Así, en el sentido de la Ética de Spinoza, la ética tendría que ver con la conservación del cuerpo del individuo, con su fortaleza en la perserverancia por ser (el conatus). La moral, entonces, sería la conservación de un grupo. Y ambas chocan.
Por ejemplo en la Declaración de los Derechos Humanos. Apela a la ética (al individuo)porque propone, por ejemplo, el libre tránsito entre fronteras. Pero los Estados, para su propia conservación (moral) niegan este libre tránsito en cierto grado con su política de inmigración.
En este caso hablamos de un animal, un perro. Desde un punto de vista cartesiano (y también el de Gómez Pereira, probable influencia de Descartes), los animales son meros autómatas sin sentimientos ni capacidad de dolor. Recordemos que Descartes separaba lo existente entre res extensa (materia sometida a una mecánica determinista) y res cogitans (la sustancia del pensamiento y el yo racional). Los animales sólo serían res extensa, insensible. Desde la perspectiva de Descartes apalear a un perro o maltratarlo no es algo necesariamente malo, porque no siente sufrimiento alguno.
Pero desde Darwin y el advenimiento de la etología moderna sabemos que los animales pueden sentir y algunos tienen sentimientos como los nuestros. Es absurdo y cruel maltratar a un animal o tratarlo de manera vejatoria. Pero esto plantea un problema filosóficamente interesante: el casos de arte con animales.
Los humanos comemos otros animales. El porcentaje de vegetarianos es bajo y no parece aumentar mucho ni exponencialmente. Normalmente se justifica que comamos animales porque sirven de alimento a los humanos y nos proporcionan proteínas y demás (y somos naturalmente omnívoros, aunque esto podría ser una falacia naturalista). Otra cuestión podría ser plantear si es un alimento necesario o no, pero esa es otra historia. También empleamos a los animales como objeto de entretenimiento en circos y demás. Pensemos en el toreo. No es un mero entretenimiento ni se usa al toro exclusivamente con fines alimenticios. El toreo tiene implicaciones artísticas y "religiosas". Es cultura, como también son elementos culturales una paellera, una novela de Shakespeare y la silla eléctrica. Y al ser cultura está fuertemente relacionada de la idea de poner a un perro desnutrido como obra de arte. Es también cultura porque implica una serie de instituciones artísticas que le dotan, por así decirlo, de esa aura cultural. La cultura es como la Gracia medieval: nadie sabe lo que es, pero parece nutrir o llevar al éxtasis a los que dicen contemplarla o consumirla. Pero podemos hacernos una idea de qué puede ser cultura objetiva: objetos culturales, fabricados por el hombre.
En algunos sentidos el artista tiene razón. El perro sigue dando que hablar y su utilización cultural lo ha ligado "a la trascendencia" o, para decirlo de una manera menos metafísica, ha extendido su recuerdo. En el toreo ocurre lo mismo. El toro no es un mero animal o no es contemplado de esa manera, sino como una fuerza simbólica de la naturaleza, como el enemigo en bruto que el torero debe combatir con el arte, con la techné en sentido clásico. Creo que esta dimensión simbólica es importantísima, porque si no, nada tendría sentido. Una bandera sería un trapo de colores, un partido de fútbol un par de tíos persiguiendo un balón y una guerra una banda de asesinos acribillando a otros. Así no se entendería el por qué real de las cosas, que no se agota en las cosas mismas.
Veamos qué puede ser lo bonito en lo simbólico o las instituciones culturales. Lo bonito se dice de muchas maneras. Podríamos entrar en un largo debate sobre si lo bonito es objetivo o subjetivo, pero creo que objetividad y subjetividad se solapan y la conciencia social es tanto objetiva como subjetiva. ¿Y qué es lo bonito en una obra de arte? ¿Es la obra de arte una institución cultural porque es bonita o por otro motivo? Ahí entramos en la filosofía del arte. Santo Tomás decía que las cosas bonitas "pulchra sunt quae visa placent".
Pero volvamos al perro. Como dije, esto guarda grandes similitudes con el toreo, incluso el componente cuasireligioso, el sacrificio del perro que lo liga a la idea de la muerte o de finitud. No se trata de meros artificios teóricos para justificar la muerte del can, sino de un intento de análisis. A veces los fines de la obra o su interpretación superan a los fines de la obra que pretendía el propio autor. No en vano somos herederos y presa de una serie de ideas, que nos impregnan por todos los poros y utilizamos sin cesar. También este artista estaba imbuido de viejas y nuevas ideas al realizar esta obra, fuera consciente de ello o no.
La afirmación del artista de que la gente se queja por la situación de este perro concreto -por mediático- e ignora diariamente la situación del resto de miles de perros callejeros es cierta. Este perro concreto, muriéndose de hambre en esta obra, se diferencia de otros sólo en la medida en que está mediatizado por una institución cultural y cobra importancia especial para el mundo humano. De lo contrario probablemente sería invisible. Y, teniendo la oportunidad de liberar al perro, nadie lo hizo. ¿Por qué?
Quizá tenga que ver con la propia aura de ceremonia de las galerías de arte. Son, en cierto modo, iglesias de la diosa cultura. Se baja el silencio, se crea una cierta mística del objeto para asombrar al espectador y sumirlo en la reverencia. Por eso nadie se atrevió a tocar o modificar la obra en la que este perro formaba parte.
Y para concluir, me gustaría recalcar la idea anterior. No es ético maltratar animales porque se vulnera su integridad física como cuerpo, pero cuando hay una dimensión cuasireligiosa y se universaliza a un perro desnutrido, lo ético pasa a segundo plano. Lo bonito, entendido como la representación brillante de una idea, cobra protagonismo. Natividad, en cierto sentido, es inmortal, como el Minotauro de los mito de Teseo.
La propuesta de discusión que se ha hecho aquí (“reflexionar sobre la colisión entre la esfera de lo artístico y lo moral”) es una falacia, porque, si bien hay cuestiones morales importantes en esta historia (qué se puede hacer con un animal y qué no, o bien porqué la gente se indigna con unas cosas y no con otras), lo que no veo por ninguna parte es la cuestión artística.
Lo que hizo Habacuc con el perro fue, sin más, una animalada. No me refiero sólo a su idea de hacer “arte” con la técnica de “fastidiar a un animal” (una técnica, por otra parte, más infantil que las ceras de colores); me refiero a que su obra fue, a tenor de lo que se ve en las fotos, artísticamente simplona, torpe, tosca, burda, chusquera; algo que no merecería el más mínimo comentario de no ser por la desorbitada amplificación mediática que ha recibido (y de lo que su atención en este blog es un ejemplo).
Hablemos, pues, de lo que hay que hablar (que no es de arte): de los oscuros mecanismos por los que, en este mundo internáutico, las cosas se hacen relevantes o intrascendentes, por qué la gente concede más atención a la pequeña tragedia del martirio de un chucho que a las enormes, colosales, cotidianas tragedias que están presentes constantemente en nuestro mundo, desde la continuidad de la caza de las ballenas a pesar de las prohibiciones, hasta los genocidios varios que están en activo por distintos países cuyo nombre no solemos recordar.
El maltrato “artístico” de un perro nos remueve y nos indigna, pero es cierto que esa indignación (que es real) se antoja estúpida, hipócrita, estéril, en un mundo repleto de razones para indignarse. A lo mejor es oportuno hablar de eso, pero que no se engañe nadie, no estamos hablando de arte.
Discrepo de Javier Díaz Llanos, yo si creo hay aquí tema para hablar de arte. Posiblemente sea cierto que no hablamos de una buena obra de arte, pero sí hablamos de arte: más allá de la calidad de su obra y de su condición absurdamente mediática, Habacuc consiguió dos cosas que son claves en el arte contemporáneo y que además, creo, no son tan fáciles de conseguir como pueda parecer: la primera, dar un nuevo significado a algo (en este caso, un perro), la segunda, cambiar en algo la forma de mirar.
El acierto “técnico” de Habacuc es haber escogido para su obra un perro callejero (no un perro comprado en una tienda, o recogido de una perrera, o “prestado” por su dueño, etc.); con ello situaba en un escenario un animal en el que nadie, nunca, hubiera reparado cuando estaba en la calle. Con ello, no sólo concedió al perro una atención especial sino que, de hecho, le otorgó un enorme potencial simbólico; el pobre bicho no se enteraba de nada (porque seguía llevando más o menos la misma vida perra que hasta entonces), pero había pasado a ser una especie de mártir o de símbolo de algo, algo no muy concreto pero tan poderoso como para indignar a centenares de miles de personas en todo el mundo.
Coincido con Javier Díaz Llanos en que este proceso absurdo habla de los “oscuros mecanismos” tan raros por los que se mueven las conciencias en el mundo mediático contemporáneo, pero creo que aquí también hay involucrados procesos de tipo artístico. Por supuesto, la calidad artística de la obra es otra cuestión.
(Por lo demás, pienso que la vertiente moral del asunto se cierra en si es cierto o no que Habacuc daba de comer al perro a escondidas.)
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